Parte 23 – La tormenta

Evelyn se enfrenta a una vida dura y llena de sufrimiento. Abandonada por sus amigos y por la sociedad, decide pedir ayuda a un viejo amigo por correspondencia cuando su maltratador padre decide subastarla.

Cuando la ayuda se presenta a última hora resulta aparecer bajo la forma de un siniestro y torturado Conde con el rostro y el cuerpo quemado en un terrible accidente.

¿Será ese hombre la ayuda que Evelyn necesita? o cometerá el peor error de su vida al aceptar todas sus condiciones.

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Un relámpago iluminó la habitación. El trueno se escuchó minutos después, anunciando la cercanía de una tormenta de verano, probablemente la última del año. Evelyn percibió una sensación de dejavú al recordar la primera tormenta de verano que había vivido en Baley. Había tenido la primera discusión con Gabriel y también fue la primera noche que durmieron juntos.

Hoy, mas de un año después de aquella noche, todavía seguían compartiendo la misma cama cada noche e incluso Gabriel había accedido a dejar su máscara para dormir en las últimas semanas.

—¿No puedes dormir?—preguntó la voz de Gabriel en la penumbra
—Estoy nerviosa por el juicio de mañana.
—No debes estar nerviosa—afirmó él— hemos interrogado a los prisioneros y a todo el pueblo. Hemos capturado a los culpables.
—No ha aparecido el cuerpo de esa mujer, de la partera. Ella fue la que lo inició todo, no fue muy cortés durante el parto de Evie el año pasado.
—El soldado te dijo que la había acuchillado en el vientre, no ha aparecido nadie con una herida similar en los alrededores.
—No sé, Gabriel, si estuviese muerta debería aparecer su cuerpo, los carroñeros habrían dado la señal.
—Tarde o temprano aparecerá su cuerpo por algún sitio, no te alarmes —afirmó él abrazándola.

Un sollozo infantil se escuchó de fondo en el silencio de la noche.

—¿Cómo está Karl? —preguntó finalmente Evelyn
—Ayer ya no se despertó en todo el día, arde con la fiebre y es… sorprendente lo que está aguantando su cuerpo, cualquier otro ya habría muerto.
—Tu no lo hiciste.
—Evelyn —suspiró Gabriel arrastrando las palabras— No puedes comparar a Karl conmigo.
—¿por qué? Los dos sufristeis quemaduras por todo el cuerpo.
—No, Evelyn, no es lo mismo, para empezar yo era más mayor y era más corpulento que Karl. Yo entré en las llamas y salí, a Karl le apalearon brutalmente hasta casi la muerte, le ataron a un poste de su casa y prendieron fuego con él dentro.
—Dios, no me habías contado cómo —exclamó Evelyn tapando la boca con horror para no gritar.
—Todo ardió a su alrededor primero haciendo de las paredes de piedra un horno. Karl se coció antes de quemarse y sus huesos rotos… dios sabe si tiene algún órgano dañado. Me sorprende que haya vivido tantas semanas, si te soy sincero.
—Los últimos diez días han sido…
—Creo que, a estas alturas, aunque con un milagro consiguiese curarle las heridas y las fiebres, su raciocinio ya está demasiado dañado. De todas formas, dudo que consiga despertarse.
—¿Cuánto crees que le queda?
—Apenas unos días. Si no se despierta, al ritmo que pierde líquidos y sin comer… su cuerpo morirá de inanición. Pero, al menos con el sueño del láudano no se enterará.
—Qué manera de morir más horrible —afirmó Evelyn— los culpables merecen una muerte similar.
—No puedo condenarlos a arder en una hoguera, por mucho que nos gustase—afirmó Gabriel.
—¿Qué castigo?
—Los que se muestren arrepentidos serán enviados a trabajos forzados.
—¿y los que no?
—La horca.

Evelyn pensó detenidamente las opciones.

—Es mejor la horca—concluyó finalmente ella tras pensarlo en silencio.
—¿Mejor que trabajar como un esclavo y no comer? Sin duda.

El sollozo infantil resonó por los pasillos más cercano.

—Evie ha debido de perderse por los pasillos—puntualizó Evelyn levantándose de inmediato.
—¿No debería de haber una criada cuidando de ellos?—se quejó Gabriel colocando la máscara de lienzo con habilidad
—Es verdad, Gabriel —Bufó Evelyn

Ambos salieron a los pasillos en la búsqueda de la pequeña. No tardaron en encontrar una criada joven corriendo con una vela por los pasillos.

—¡Señora, Señor! —Exclamó la muchacha asustada— ¿les ha despertado?
—¿Dónde está? —preguntó de malas formas Gabriel
—Ha salido de su cuna y… —la criada miraba hacia todos lados en la búsqueda de la pequeña
—¿Y Evan? ¿Lo has dejado solo en su cuna?
—Está dormido, señora.
—Anda, ve —aspeó Evelyn con la mano para deshacerse de ella— Atiende de Evan, nosotros buscaremos a Evie

La criada se retiró con rapidez visiblemente sofocada por la vergüenza.

—La mayor parte del personal del castillo decidió marcharse tras el ataque y los que se quedaron, no dan a basto y procuran mantenerse lejos de Karl y de los niños.
—¿Y qué propones hacer? —preguntó Gabriel orientándose por los pasillos hacia el gimoteo.
—No sé, Gabriel. El juicio es mañana y espero que los ánimos se calmen. Intentaré contratar personal nuevo y buscaré una niñera más adecuada que la pequeña Winnie.
—¿Una niñera? —Gabriel la agarró del brazo y la frenó en mitad del pasillo— ¿para qué queremos una niñera ahora?
—Winnie sólo tiene ocho años y apenas puede coger en brazos a Evan ya ni hablamos de Evie. Es más que evidente que necesitan ser atendidos por un adulto con experiencia. Winelda y su hija ya tienen más que suficiente con la cocina y la limpieza del castillo.

Al fondo del pasillo, tras un recodo, encontraron una llorosa Evie que, ante el miedo por la tormenta, no dudó en refugiarse aterrorizada en los brazos de Gabriel.
Evelyn observó durante unos instantes la maravillosa escena, apreciando lo buen padre que Gabriel era en realidad, a pesar de aquella terrible desfiguración de su rostro.

—Tiene miedo a la tormenta —aclaró Gabriel
—Que esté entonces con nosotros en cama un rato hasta que se tranquilice y duerma, luego la devolvemos a su cuna —afirmó Evelyn

Gabriel estuvo conforme y apenas unos minutos más tarde, ambos se encontraban en la cama con la pequeña Evie temblando en medio de los dos aferrada a Gabriel, que susurraba palabras de aliento en su cabecita.

—Se te dan muy bien —Sonrió Evelyn una vez que la respiración de la pequeña se volvió más regular.
—A Daniel le daban mucho miedo las tormentas, solía escaparse de su cuna y correr a mi cama.
—¿Recorría todo el pasillo solo?
—No, en aquél entonces dormía en su propia cuna pero en el mismo cuarto. Pero cuando Esther volvió de Londres y decidió volver a ocupar esta misma habitación, a él lo trasladé a su propia habitación y yo me fui a una de invitados.
—¿no dormías en la habitación contigua como antes?
—Antes de Daniel, sí, pero luego… ¿para qué? No tenía sentido, ya tenía mi heredero ¿no? Esther no quería verme así que imagínate el resto.

Evelyn observó la cara angelical de la pequeña Evie con la semiluz que ofrecía la chimenea.

—¿Has pensado qué harás si no puedo darte un heredero?

Gabriel la miró sorprendido.

—Pensé que habíamos dejado ese asunto zanjado —respondió con voz severa.
—Sí, ya me has dicho que no quieres otra esposa y que no quieres la dote.
—Y que me da igual el heredero, Evelyn. No te traje como una sirvienta, ni como esclava ni mucho menos como una yegua de cría —afirmó categórico— te traje como mi esposa, la nueva condesa y eso es lo que eres, nada más.
—Pero Baley necesita un heredero, tu lo dijiste.
—Baley puede arder entero con sus habitantes dentro si eso va a evitar que tu continúes con la tortura malsana de engendrar un hijo.

Evelyn calló y acarició el pelo suave de la pequeña con cierta melancolía.

—Aún así, serías tan buen padre…

Gabriel exhaló cansado.

—Esther tardó varios años en quedar encinta, tu y yo apenas llevamos un año de matrimonio. ¿No has pensado que quizás soy yo el que no puede darte los hijos?

Evelyn le miró sorprendida.

—Pero tu ya has tenido con Esther…
—¿Y qué te hace pensar que Esther me pudo ser fiel en algún momento? No era virgen al matrimonio y bien sabe dios que no me respetó cuando regresó a Londres.
—Pero… pero —Evelyn parpadeó intentando razonar una respuesta— ¿Me estás diciendo que Daniel no era tu verdadero hijo?
—Era mi hijo, Evelyn, era mi hijo por encima de cualquier cosa —aseguró con la voz cargada de orgullo— Padre no es el que deja la semilla, es el que cría. Yo le di sus biberones cuando su madre le abandonó por Londres, yo le enseñé a caminar, sus primeras palabras, leí sus cuentos, le consolé las noches de tormenta. Yo fui su padre y no me ha preocupado nunca si mi semilla era la que había dado ese niño o no.
—Pero Gabriel…
—No es algo que pueda contar por todo el castillo, Evelyn. No es algo que los ciados deban saber, el niño se me parecía y en lo que no, se parecía a su madre y ya está, no hay más discusión posible. Necesitaba un heredero ¿no? Y era el hijo de mi esposa ¿qué más necesito?

Evelyn calló para digerir las palabras cargadas de sentido que su marido le transmitía y no pudo sino pensar en los pequeños que se quedarían inminentemente huérfanos.

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